En definitiva, la sociedad dominante es evidentemente consumista. Da centralidad al consumo privado, sin auto-límite, como objetivo de la propia vida de las personas. Consume no sólo lo necesario, lo que es justificable, sino lo superfluo, lo que es cuestionable.
Como se trata de lo superfluo, se recurre a mecanismos de propaganda, de marketing y de persuasión para inducir a las personas a consumir y a hacerlas creer que lo superfluo es necesario y que es una fuente secreta de felicidad.Lo fundamental para este tipo de marketing es crear hábitos en los consumidores hasta que se cree en ellos una cultura consumista y una necesidad imperiosa de consumir. Se suscitan más y más necesidades artificiales y en función de ellas se monta el engranaje de la producción y de la distribución. Las necesidades son ilimitadas, por estar ancladas en el deseo que, por naturaleza, es ilimitado. Por esta razón, la producción tiende a ser también ilimitada. Surge entonces una sociedad, ya denunciada por Marx, marcada por fetiches, abarrotada de bienes superfluos.
Como se trata de lo superfluo, se recurre a mecanismos de propaganda, de marketing y de persuasión para inducir a las personas a consumir y a hacerlas creer que lo superfluo es necesario y que es una fuente secreta de felicidad.Lo fundamental para este tipo de marketing es crear hábitos en los consumidores hasta que se cree en ellos una cultura consumista y una necesidad imperiosa de consumir. Se suscitan más y más necesidades artificiales y en función de ellas se monta el engranaje de la producción y de la distribución. Las necesidades son ilimitadas, por estar ancladas en el deseo que, por naturaleza, es ilimitado. Por esta razón, la producción tiende a ser también ilimitada. Surge entonces una sociedad, ya denunciada por Marx, marcada por fetiches, abarrotada de bienes superfluos.